“El carnaval del Arlequín” siempre le llamó la atención.
El pequeño Juan miró cómo zafaba el clavo que mantenía amurado el cuadro a la pared, más sus ojos atónitos no daban crédito al espectáculo fortuito que lo tenía como único espectador.
La obra rebotó contra el suelo haciendo un Brisé Volé, seguido de un Frappe elegantísimo de atrás hacia adelante, para terminar, bamboleante, contra el tintero.
La habitación quedó a oscuras y el niño se fue a dormir.
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